Ángel Ruiz Cediel
En la apariencia nada distingue a la maldad de la bondad. No hay estigmas diferenciadores. Sin embargo, puertas adentro, carne adentro, la cuestión es muy diferente.Todos tenemos una sombra, decía Jung; pero no todas las sombras son iguales. Las hay verdaderamente tenebrosas, porque el mal no es una entelequia, sino una realidad constatable. Y esa maldad, si entra en el alma de una persona, la impregna de tal modo que tiene mucho que ver con una posesión: tiene memoria y empuja a esa alma no solo a permanecer cautiva, sino a profundizar cada vez más en la oscuridad. Hay personas que han tenido contacto con el mal, tal vez por una cuestión laboral o, quizá, por ideales. En principio, tal vez ese contacto los repugnó, sintieron rechazo de lo que hacían e incluso de sí mismos; pero, una vez que se atraviesan ciertos límites, ya no hay marcha atrás y, lo que producía espanto, comienza a generar placer. Ese es el fruto de la sombra cuando se la cultiva. Flor de sombra. Lo siniestro, cuando se normaliza, se convierte en una fuente de poder, de placer, de superioridad sobre la víctima. Pero no es un placer gratuito. Más temprano que tarde reclamará el pago, y nadie tiene tantos fondos como para poder satisfacer esa factura.