Enrique Valiño Aguilar
En el texto ofrecido, Espejo nos describe un paseo por su juventud (años setenta) hasta la presente madurez. Describe su mundo revolcándose entre recuerdos, menhires y crónicas del pasado. Hombre abigarrado de obsesiones, dibuja vida y trayectoria en el marco de un lienzo personal en el que se acompaña de tres peculiares personajes, Carlota, Lucena y Rute, paladines de su existencia, a los que venera delicadamente como piezas de museo. De manera lírica y poliédrica, adorna este viaje escoltado por varios de los personajes que más le han fascinado, y a los que en algún momento ha podido homenajear gracias a sus artículos o entrevistas. Artistas o músicos como Alice Cooper, Nico, Soft Machine, Brian Johnson, Vicente Amigo, Rory Gallagher o Peter Sinfield, etc, escritores admirados como Ramón Gómez de la Serna, Balzac, Cervantes o Valle-Inclán, etc, y pintores señalados como Salvador Dalí, Julio Romero de Torres, Antonio López o Miquel Barceló, se pasean de la mano del conductor sin ningún tipo de privilegio. Entre aroma de churros y vino de pueblo, estos episodios impertinentes recrean un viaje de ida y vuelta sin precedentes. Imágenes metropolitanas como las torres de la Castellana y el Ángel Caído, el río Manzanares o la desaparecida sala de conciertos M&M, que ya solo vive en el recuerdo de su feligresía, adornan la visión del narrador de manera bucólica. Reflexiones y conceptos, glotonerías, proposiciones y disparates, forman este colmado rebosante de imaginación. El acorde interrumpido es un homenaje, un texto musical de vida, color y esperanza. Si bien el escenario narrativo está ubicado en la metrópoli madrileña como centro neurálgico, el nombre de nuestro adalid (Espejo) es obsequio de Córdoba, tierra de sus antepasados y ciudad a la que mira y engalana con gratitud de orfebre. «Hay ríos que bañan las sombras de las ciudades e iluminan la tierra a modo de catedral; ríos de vida y ríos de muerte dibujando un mapa de arterias coronarias. Pero el río de Madrid, caudal permanente en el espacio urbano de la ciudad, es un aprendiz que la memoria del agua ha convertido en coral gregoriana del recuerdo, recreando grácilmente la naturaleza encendida de la villa y corte». 10